La editorial Bartleby aporta al
panorama poético una nueva versión del clásico de Edgar Lee Masters (1868-1950).
El poeta estadounidense alcanzó extraordinaria fama con la publicación de su Spoon River Anthology (1915, con casi
una veintena de ediciones en ese mismo año). Jaime Priede nos regala una
versión renovada en la que el lenguaje deja salir la osadía de esta obra
inusitada. El autor alza a través de 250 epitafios imaginados las grandezas y
miserias de los habitantes de un pueblo ficticio. Las razones del aviador ofrece como principio de una lectura
ineludible los poemas referidos a los primeros cuatro personajes que siguen a
una pieza inicial en la que evoca la colina en la que están enterrados.
Hod Putt
Aquí mi tumba, junto a
la del viejo Bill Piersol,
que se hizo rico
traficando con los indios y que
acogiéndose luego a la
suspensión de pagos
logró salir más rico que
antes.
Harto yo de miseria y
mucho curro,
viendo cómo crecían Bill
Piersol y otros en opulencia,
una noche atraqué a un
viajero cerca del Proctor`s Grove
y lo maté sin querer,
por lo que me juzgaron y
colgaron.
Así me acogí yo a la
suspensión de pagos.
Ahora, todos los que nos
acogimos a ella, cada uno a su manera,
dormimos juntos, codo con
codo.
¶
Ollie McGee
¿Os habéis fijado en un
hombre mustio y cabizbajo
que deambula por el
pueblo?
Es mi marido, que con
secreta crueldad,
nunca confesada, me robó
juventud y belleza.
Hasta que, llena de
arrugas y con los dientes amarillos,
perdida la dignidad y de
vergüenza humillada,
me bajaron a esta tumba.
¿Y qué creéis que le roe a
mi marido por dentro?
¡La cara de la que fui y
la otra que hizo de mí!
Las dos le están llevando
al sitio donde yazgo.
Logro mi venganza después
de muerta.
¶
Fletcher McGee
Fue ella quien me robaba
la fuerza a cada instante,
quien me robaba la vida
hora tras hora,
quien me dejó seco como
una luna enfebrecida
que va debilitando al
mundo sobre el que gira.
Pasaban los días como
sombras,
rodaban los minutos como
estrellas.
Fue ella quien transformó
la pena de mi corazón en sonrisas.
Era un trozo de arcilla
por esculpir.
Mis secretos pensamientos
se convirtieron en dedos:
se alzaron hasta su frente
pensativa
y la marcaron con la
arruga del dolor.
Dieron forma a los labios,
le hincharon las mejillas
y le hundieron los ojos en
cuencas de dolor.
Mi alma penetró la arcilla
luchando como el mismo
diablo.
No era mía, no era suya,
tenía otra distinta, pero
su resistencia
le modeló un rostro que
odiaba,
un rostro que me daba
miedo mirar.
Cegué las ventanas, eché
los cerrojos,
me acuclillé en un rincón…
Pero entonces se murió y
me dio caza.
Me dio caza para los
restos.
¶
Robert Fulton Taner
¡Si un hombre pudiera
morder la mano gigante
que le atrapa y destruye,
como me mordió a mí
aquella rata
cuando hacía una
demostración de mi trampa patentada
un día en la ferretería!
Pero un hombre jamás puede
tomar venganza
del monstruoso ogro Vida.
Entras en la habitación,
que es el nacer,
y no te queda otra que
vivir, partirte el alma trabajando.
¡Ajá! Tienes a tiro el
cebo que ansías:
una mujer rica con la que
casarte,
prestigio, posición y
poder en este mundo.
Pero hay obstáculos que
vencer, cosas que hacer:
los alambres que rodean el
cebo.
Por fin logras entrar, y
entonces oyes unos pasos:
Vida, el ogro, entra en la
habitación
(te estaba esperando y oyó
saltar el muelle)
para verte roer el
delicioso queso
clavándote sus ojos de
fuego
con muecas y risas, burlas
y maldiciones,
mientras tú corres de una
esquina a otra en la trampa,
hasta que se harta de tu
sufrimiento.
¶
edgar lee masters (Garnett, Kansas, 1868 – Melrose Park, Pennsylvania, 1950), poeta, biógrafo y dramaturgo
estadounidense. Junto con otras figuras de la talla de Carl Sandburg o Vachel
Lindsay, participó en el movimiento
literario conocido como Renacimiento de Chicago.
Gracias por acercarme a esta obra. La tendré en cuenta en mi próxima visita a un cementerio.
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