[del poemario inédito A
la que falta]
ganglio centinela
El
desprecio no sirve para dormir
con
las ventanas cerradas,
ni
para dar sabios consejos
al
que no termina de mostrarse.
Sorben
el alcohol exigido,
aparta
su ropa de la silla
y
aún le aflige ser cruento
con
la imagen de la madre
que
acepta su suerte.
(Cristina
cose faldas,
escucha
la novela en la radio.
Los
tres aguardaban discursos
ociosos
puestos en boca
del
más remolón.)
La
galería y al fondo del monte
otro
monte turbador que averigua.
San
Isidro y la miel.
Quién
iba a pensar
que
no estaríamos juntos
para
conmemorar fechas
difíciles.
Un domingo como hoy
lejos
de ti. Quién me acaricia
con
bondad el pasado
como
si fuera un embuste.
¶
la caza
A
mayor impertinencia
el
tiempo castiga con sus manos
pulcras,
pone a escurrir las galas
del
difunto y de un solo trago se bebe
la
pócima.
Si
fuera el allegado antiguo
que
ha venido a recuperar su tesoro
enterrado
en la grava
–un par
de
monedas y una alfombra raída,
un
coche de guardias y una muñeca
de
yeso–
pero no.
Grita
tu nombre y se deja poseer
por
la extraña silueta. Se compara
a
quien tú sabes de sobra: idéntico
rostro
avejentado, los brazos
que
penden,
inútiles,
del cuerpo.
Igual
que monigote.
Ahora
que estamos tú y yo
solos
y nadie nos molesta. Ahora
que
descubro en tu sombra picotear
tus
dientes un pájaro espantoso
y
olvidarte sin ganas.
A
tanto amor le acribillan
tres
minutos de lluvia.
O
no es eso. Sobre tu carne
maldita
ellos secan palabras.
¶
los licántropos del bosque
En
un principio ella se desconcierta.
Para
alarmarse enseguida
al
no diferenciar la predestinación
de
otros murmullos dudosos.
Platino,
tamoxifeno.
Yo
sé que se aguanta de pie, o que ya
no
lo soporta, según la sueñe.
Sé
que no me reconoce
debido
a sus pómulos fríos, cuando
la
beso y no está frente a mí.
Yo
sé que no me quiere ahora
porque
no se acuerda.
(La
gota que rebosa el ojo.
En el Parque lo
atestiguan
los muertos, clama
el
charlatán al poco de cuajar
su
infusión de cristal y ceniza.)
Por
teléfono me cuenta la congoja
de
su piel, los vómitos grises
o
la forma que ha concebido
para
no morir, no todavía.
Y
ella se despreocupa y da
su
brazo a torcer a los fantasmas,
doctores
intachables
de
lo iluso.
¶
Luis Miguel Rabanal (Riello, León,
1957) es autor de una extensa obra poética de la que entresacamos (Técnicas) para abrazar un oscuro nombre (1985), La
memoria buscando sus disfraces (1986), Libro
de citas (1994), Cáncer de invierto (1998),
La última vez (2000), Fantasía del cuerpo postrado (2010), Música para torpes (2012) o el libro
misceláneo Elogio del proxeneta (2009).
.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario