28.10.09

alceo de mitilene / poemas

versión y nota de Juan Manuel Macías

El poeta Alceo nació y vivió en la isla de Lesbos, icono geográfico que la posteridad ha ligado fatal e íntimamente a Safo. Este curioso azar quizá lo convirtiera en el más desarraigado de los líricos griegos arcaicos, aventajando, incluso, al mercenario Arquíloco, perpetuo exiliado de su isla. Pero el de Alceo es un desarraigo más sutil, filológico. En efecto, vivir a la sombra del complicado edificio sáfico ya propició desde la antigüedad que se lo tuviera por un poeta menor, una apagada réplica masculina de su famosa paisana; y, en épocas más cercanas, que pasase a ser una «cara b» poco escuchada en las ediciones críticas donde ambos están condenados a convivir por afinidades lingüísticas y de género literario. Por fortuna, vivimos tiempos más maduros para librar a Alceo del reduccionismo de gabinete (como también a Safo) y encontrar en él a un gran poeta, interesante a todas luces, de una voz y una entidad lírica firmemente asentadas e inconfundibles.

De algunos de los fragmentos conservados de Safo y Alceo parece desprenderse que fueron contemporáneos y que tuvieron trato personal. Una leyenda antigua los suponía amantes, cosa poco probable, al margen de que, para dos poetas, compartir una cama puede ser más difícil que compartir una isla. Uno prefiere pensar que aprendieron a ser amigos y a reconocerse en la frontera de dos mundos, el femenino sáfico y el masculino de Alceo, poblado de naufragios, sediciones políticas y borracheras existenciales. Dos mundos cerrados y opresivos que tal vez sólo hayan existido en las frentes de los filólogos. Los poetas, al cabo, siempre prefieren las fronteras.



La selección de los fragmentos alcaicos que aquí se presenta está traducida sobre la edición de Eva Maria Voigt Sappho et Alcaeus (Ámsterdam, 1968). Los puntos suspensivos notan una laguna del original papiráceo o un pasaje ininteligible. Parte de la traducción del poema 130 b V es conjetural.

J. M. M.






34 V

Desde la isla de Pélope acudid,
de Zeus y Leda vástagos valientes;
mostraos con espíritu benévolo,
Cástor y Pólux.
Vosotros, que la tierra inmensa y todo el mar
atravesáis en rápidos corceles,
y al hombre fácilmente arrebatáis
la fría muerte,
saltando a lo alto de los bien bancados barcos,
y traéis, refulgiendo desde lejos,
la luz en la penosa noche para
la negra nave.


38 V

Oh Melanipo, bebe conmigo y emborráchate.
¿Qué piensas? ¿Ver de nuevo la clara luz del sol,
atravesado ya el voraginoso
Aqueronte? No aspires a tan altas hazañas.
Pues también el eólida rey Sísifo, el más sabio
de todos, afirmaba haber huido a la muerte.
Y, astuto como era, pasó el voraginoso
Aqueronte dos veces, por obra de las Keres.
Mas a llevar gran tormento bajo la negra tierra
lo condenara el Crónida. Anda, olvídate de eso.
No más que ahora jóvenes seremos
para gozar aprisa de cuanto un dios nos traiga.


45 V

El más hermoso de los ríos, Ebro,
que desembocas junto a Eno en el mar púrpura,
después de haber rugido por las tierras de Tracia,
rica en caballos.
Muchas doncellas llegan hasta ti
y por sus suaves muslos, con manos delicadas
se embelesan pasando como un bálsamo
tu agua de dioses.


130 b V

Vivo una vida simple, ay de mí,
en un destino rústico,
queriendo oír rumores de asamblea
y de consejo, oh Agesilaidas,
lo que tuvo mi padre, y el padre de mi padre,
mientras envejecían entre estos ciudadanos
malos unos con otros;
de lo que me han echado
y huyo hasta este confín, como Onimacles,
hasta este sitio, guarida de lobos,
lejos de la batalla, que no es lo más acorde con el fuerte
abandonar la sedición.
… Y hacia el recinto de los venturados dioses
… ando sobre la negra tierra
… con éstas…
… habito con mis pies lejos de las desgracias
allí donde las lesbias de largos peplos marchan
a lidiar en belleza, y suena en torno
un inefable eco femenino:
santo griterío anual.


140 V

Resplandece el gran templo con el bronce
y, en honor de Ares, el tejado entero
ornado está con relucientes yelmos
de los que penden blancos penachos de caballo,
honor de las cabezas varoniles.
Y ocultan a los clavos las broncíneas
grebas, puestas en torno,
defensa del venablo poderoso.
Hay corazas de lino nuevo,
y escudos cóncavos tirados,
y a su lado espadas de cálcide,
muchos ceñidores y túnicas.
No conviene olvidarse de esas cosas,
lanzados como estamos a esta empresa.


338 V

Llueve Zeus y grande es la borrasca
que de los cielos cae. Se han helado los ríos…
Echa abajo el invierno, prende el fuego,
el dulce vino mezcla sin reparos
y un almohadón mullido
aparéjate en torno de las sienes…


208 V

No entiendo la querella de los vientos:
viene una ola rodando de este lado
y de ése, otra, y nosotros en medio
somos llevados con la negra nave
en la gran tempestad, entre horribles esfuerzos;
pues llega el agua al pie del mástil
y ya todo el velamen se ha rasgado,
y jirones enormes cuelgan de él.
Ceden las anclas, y el timón …
Me sujeto a las jarcias por los pies:
tan sólo esto me mantiene a salvo …
… la carga echada por la borda ...


346 V

Bebamos, no esperemos las candelas, le resta un dedo al día.
Alza en alto las grandes y decoradas copas, buen amigo,
pues el vino a los hombres se lo dio el hijo de Sémele y Zeus
para olvido de penas. Mezcla una parte junto con dos partes
y escáncialo hasta el borde, y que una copa empuje
a otra.


347 V

Empapa tus pulmones de vino, que la estrella está girando
y la estación es dura, y todo tiene sed con el calor,
y se oye a la cigarra cantora entre las hojas…
y florecen los cardos, y las mujeres ahora son más pérfidas,
y los hombres más débiles, pues Sirio su cabeza y sus rodillas
quema.


348 V

Ceñida de violetas, inocente, la de dulce sonrisa, Safo.




Lawrence Alma Tadema, Safo y Alceo, 1881


Juan Manuel Macías (Cartagena, 1970) es filólogo, helenista y tipógrafo. Colabora en diversos medios relacionados con el mundo clásico y también en revistas de poesía. Tiene publicados el poemario Azul de enero (Madrid, 2003) y la edición y traducción de las poesías de Safo en DVD Ediciones (Barcelona, 2007). Mantiene y coordina la página web de DVD Ediciones.
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14.10.09

josé luis gómez toré / 4 poemas inéditos

Epitalamio

Para tu dedo un anillo de agua.

Para tu cintura
un anillo veloz de pájaros de invierno.

Porque la lluvia ha copiado
lentamente tus ojos.

Porque te pareces a la alegría y a la tierra.





Dos años

Aún sabe que yo es tú.

El niño aprende (tú, yo, luz, abuelo, coche, pájaro) poco a poco nuestras palabras, las que no son de nadie.

Deja caer lentamente la arena sobre tus manos limpiándolas de tiempo.

Sus manos tan pequeñas palpan toda la música del mundo.

Es enigmático y transparente como el agua.





La vocación del vértigo

Donde hay profundidad hay vértigo.

La rama que recorta su altiva desnudez
contra un cielo sin nubes
sabe de lejanías,
como sabe la sangre y saben los espejos,
como la luz elige en qué cuerpos sumirse.

Si entre unos muslos buscas
el silencio del cauce,
si en la piedra tallada hay vetas de memoria,
si el tacto de este fruto
ya ha calmado tu sed,
si disputas
la aspereza de un tronco a las hormigas,
rozas la piel del mundo.
Es suficiente riesgo.
Sobre la superficie
no hay líneas que separen el miedo del asombro.

Pasos en el borde del agua.
Un zumbido de insectos
y ese rumor de sangre bajo el párpado.





Arte de cetrería

Si el ojo puede
retener en el aire el vuelo del vencejo,
que no olvide su forma,
la curva de sus alas, la certeza
de ser flecha y ser arco.

Cetrero insobornable,
cazador de sí mismo, no reclama
otro estandarte que el verano.

Destejen,
tejen el aire los vencejos.

Mira

su gesta en desbandada,

en el centro vacío,

donde un instante se cruzan
con un grito de guerra,

                                    la quietud.








José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) recibió en 2002 un accésit del premio Adonais por el libro He heredado la noche. Ese mismo año su ensayo La mirada elegíaca fue galardonado con el Premio Internacional de Investigación Literaria Gerardo Diego. Su último libro de poesía publicado es Fragmentos de un cantar de gesta (Pre-Textos, 2007). Tiene abierto el blog literario Poesía, intemperie.
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1.10.09

la sonrisa de las estatuas

notas sobre la poesía de Giorgos Seferis

José María Castrillón

Grecia es una falla histórica. A pesar del intenso, duradero y apreciado sedimento cultural conformado durante su antigüedad clásica, la nación griega ha sufrido como pocas las fiebres expansionistas del siglo pasado, las ambiciones disgregadoras y los intereses colonizadores de potencias más o menos circunstanciales; y, por añadidura dolorosa, el enfrentamiento interno y la violación de los derechos civiles. Nada que deba sorprendernos a los españoles si no fuera porque tales avatares han venido acompañados de una inestabilidad territorial dramática. Sirva como ejemplo desgraciado el éxodo de un millón y medio de griegos tras la anexión turca en 1922 de parte de la Tracia Oriental y de los territorios de la antigua Jonia.

Giorgos Seferiadis (1900-1971), para la literatura Giorgos Seferis, había nacido en Jonia, muy cerca de la actual Smirna. Décadas más tarde, regresó circunstancialmente al lugar de su infancia y adolescencia: no encontró sino la oclusión de su memoria, un territorio ya desfigurado y extraño.

En cierto modo, Seferis vivió continuamente en tierras extrañas, por ser de otros, y, sin embargo, propias en la medida en que alzó un mundo personal que daba cuenta de ese exilio. Su dedicación a la diplomacia le llevó a Inglaterra (una segunda patria cultural), Egipto, Turquía, Chipre… Esta última etapa mencionada acrisola esa diáspora vital del autor de Mithistórima. Pedro Bádenas de la Peña, a quien debemos el esfuerzo y la dedicación que supone la traducción y estudio de la poesía completa de Seferis, expuso la comprometida situación de un poeta reconocido que debe afrontar las negociaciones (en las que se sintió desautorizado por su propio gobierno) para liquidar el colonialismo inglés ejercido sobre la isla de Afrodita: él, que había bebido como probablemente muy pocos poetas europeos de la mejor tradición británica. En efecto, más allá (o acá) de que su padre hubiera sido un reputado traductor de Byron, Seferis analizó, tradujo y asimiló como nadie la obra poética y crítica de T. S. Eliot. La misma sociedad británica que le honrará, entre otras distinciones, con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge (al parecer se tuvo la extraordinaria consideración de pronunciar en griego el nombramiento y no en latín) se empecinaba en extirpar los lazos entre la gran isla y la madre Grecia. El propio Bádenas explica la forma inusualmente comprensiva que el poeta esgrimió ante el problema: buscando entender las razones (y los errores) de la potencia colonizadora británica.

La misma generosidad y honradez intelectual que demostró al adjudicar a Cavafis, antes que a él mismo e incluso que a Eliot, la creación de poemas denominados por el propio Seferis como «pseudohistóricos», espejos de un presente de ambiciones e intereses espúreos.

1935 se convierte en fecha imprescindible para entender la poesía griega del siglo XX. Andreas Embiricos publica Altos hornos, si no el primero, el poemario emblemático del surrealismo helénico; Pirámides de Yannis Ritsos forzará el giro social; y Odysseas Elytis, símbolo de la modernidad poética griega para la España contemporánea, dará a conocer sus poemas iniciales. Y en el mismo año, Mithistórima (Leyenda, en traducción apenas usada). El libro supuso la plena confirmación del poeta ya admirado desde 1931 por la sencillez lírica de Vuelta (Strofí significa igualmente «estrofa»). Sin dejar nunca de lado un tono lírico inconfundible, tildado en sus inicios con el membrete bien conocido en la literatura española de «poesía pura», incorporaba Seferis en aquel nuevo poemario la atmósfera de travesías legendarias pero adivinando bajo la resplandeciente superficie de la tradición cultural del Egeo los restos de un cuerpo torturado y agotado, el del pueblo griego. Quiso acercarse al presente como volumen del pasado y a éste como vivencia alejada de ganga arqueológica. Pero decidió conceder a Constantinos Cavafis, el alejandrino, el honor de alcanzar, incluso por encima de su admirado Eliot, la visión del pasado como prisma a través del que contemplar las delicias y vilezas de los días presentes.

Sin embargo, tal vez poemas de Cavafis como «Esperando a los bárbaros», «Manuel Komneno» o «Emiliano Monae» resulten más escenográficos para el lector actual. Seferis no querrá renunciar a dos constantes de la poesía griega: el paisaje, especialmente insular, y el legado clásico; pero se muestra más renuente que el maestro al uso de interiores y a la inclusión de objetos; tanto como a la fijación de coordenadas espacio-temporales, que el alejandrino inserta con frecuencia en los títulos. La poesía de Seferis no se entiende sin la polifonía de discursos y tradiciones, pero no cede a la plasticidad discursiva del poeta alejandrino, más flexible y desenvuelto, tan dispuesto a la solemnidad como a la ironía, más poroso a la incursión de voces y al dialogismo teatral. Si en la obra de Cavafis se siguen breves hilos narrativos hasta un pliegue último de tono moral, en la poesía seferiana predomina la composición en láminas, casi lascas de su estado emocional, que amalgaman reflejos biográficos y míticos, pulsiones psíquicas y reflexiones socio-políticas: es un espacio calculadamente compuesto por acumulación. Al fondo de todo ello, el Eliot anterior a los Cuartetos, si bien rebajada la violencia compositiva de La tierra baldía. Y en primer plano, sus hombres huecos: «No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes, / tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también ellas». Seres abstraídos los que caminan por los versos de Mithistórima, los que agotados o cercanos a la alucinación se sientan sobre sus poemas a mirar el crepúsculo «donde vemos iluminarse / […] cuerpos que ya no saben cómo amar», entre enigmáticas «sonrisas, inmóviles, de estatuas».



Lamentablemente, no resulta fácil hacerse con la poesía de Seferis, pues predominan las ediciones agotadas. A continuación se citan las ediciones destacadas de y sobre su obra en el ámbito principalmente español. Sirva la cita no sólo a título informativo sino como homenaje de Las razones del aviador a los traductores que con su dedicación nos han permitido acceder a la literatura griega clásica y contemporánea.


Poesía completa, Madrid, Alianza, 1986 (2ª ed. 1989); trad. Pedro Bádenas de la Peña.
Antología poética, Madrid, Visor, 1989; trad. Pedro Ignacio Vicuña.
Mithistórima y otros poemas, Barcelona, Orbis, 1983; trad. José Alsina y otros.
Yorgos Seferis, (Antología y estudio), Madrid, Júcar, 1988; trad. y ed. J. A. Moreno Jurado.
Tres poemas secretos, Madrid, Abada, 2009; trad. Taller de Traducción Literaria; intr. Andrés Sánchez Robayna.
Cuaderno de estudios y otros poemas, Madrid, Torre de Goyanes, 2008; trad. Luis Blanco Vila.
El zorzal y otros poemas, Buenos Aires, Losada, 1966; trad. Lysandro Galtier.
Diálogo sobre la poesía y otros ensayos, Madrid, Júcar, 1989; trad. J. A. Moreno Jurado.
Días, 1925-1968 (diario), Madrid, Alianza, 1997; trad. Vicente Fernández González.
Seis noches en la Acrópolis (novela), Madrid, Mondadori, 1991; trad. V. Fernández González. (Premio Nacional de Traducción)
El estilo griego, 3 vols.: I: K. P. Kaváfis, T. S. Eliot; II: El sentimiento de eternidad; y III: Todo está lleno de dioses, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1994-1999; trad. Selma Ancira.

*

Isabel García Gálvez (ed.), Giorgos Seferis. 100 años de su nacimiento (Actas del VIII Encuentro sobre Grecia, Granda, 1-3 diciembre, 2000), Centro de estudios bizantinos, neogriegos y chipriotas, 2002.
Manuel Briceño Jáuregui, La angustia poética de Seferis, Caracas, Ministerio de Educación, 1971.
Pedro Bádenas de la Peña, «Consideraciones sobre el ciclo chipiotra en la poesía de Yorgos Seferis», Erytheia. Revista de estudios bizantinos y neogriegos, 10 (1989), pp. 355-70. (Disponible en Dialnet).
___, «Eliot en Seferis. Influencia y creatividad», Erytheia, 14 (1993), pp. 111-24. (Disponible en Dialnet).
___ , «El cristianismo y Bizancio en la obra de Seferis», Erytheia, 21 (2000), pp. 281-94. (Disponible en Dialnet).


Si la obra poética de Seferis no goza de la renovación editorial necesaria, sus versos han tenido mejor suerte con los traductores. Aquí acudimos al talento de Ramón Irigoyen, quien tradujo buena parte de Mithistórima y otros poemas (ed. cit.).


Tres poemas

X

Nuestro país está cerrado, todo montes
que día y noche tienen como techo el cielo bajo.
No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes,
tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también
                                               ellas, que tanto veneramos.
Un sonido sordo y estancado, idéntico a nuestra soledad,
idéntico a nuestro amor,
idéntico a nuestros cuerpos.
Y nos parece extraño que hayamos podido construir en tiempos
las casas las cabañas los apriscos.
Y nuestras bodas con sus coronas frescas y alianzas
se vuelven enigmas insolubles para el alma.
¿Cómo nacieron y crecieron nuestros hijos?

Nuestro país está cerrado. Lo cierran
las dos negras Simplegades. El domingo
en los puertos cuando bajamos a tomar el aire
vemos iluminarse en el crepúsculo
leños rotos de viajes que aún no terminaron
cuerpos que ya no saben cómo amar.


XX

En mi pecho se vuelve a abrir la herida
cuando declinan las estrellas y entroncan con mi cuerpo
cuando bajo los pasos de los hombres cae silencio.

Estas piedras que naufragan en los años, ¿hasta dónde van a arrastrarme?
El mar, el mar, ¿quién podrá agotarlo?
Cada alba veo las manos que hacen señales al buitre y al halcón
atadas a esa roca que el dolor ha hecho mía,
veo los árboles que respiran la calma negra de los muertos
y después sonrisas, inmóviles, de estatuas.


XXII

Ya que ante nuestros ojos tantas y tantas cosas desfilaron
que nuestros ojos nada vieron, sino que más lejos
y detrás la memoria como una tela blanca cierta noche
en un recinto en que vimos imágenes extrañas, más extrañas que tú, pasar
y perderse en la fronda inmóvil de un lentisco;

ya que hemos conocido tan bien nuestro destino
errando entre las piedras rotas –tres o seis mil años–
excavando en edificios derrumbados que quizá habían sido nuestras casas
tratando de recordar fechas y hazañas:
¿podremos?

Ya que fuimos atados y fuimos dispersados
y ya que hemos luchado con asperezas por lo que se decía inexistentes,
perdidos, y encontrando de nuevo un camino lleno de batallones ciegos
hundiéndonos en los pantanos y en el lago de Maratón,
¿podremos morir normalmente?




Traducción de Ramón Irigoyen