notas sobre la poesía de Giorgos Seferis
José María Castrillón
Grecia es una falla histórica. A pesar del intenso, duradero y apreciado sedimento cultural conformado durante su antigüedad clásica, la nación griega ha sufrido como pocas las fiebres expansionistas del siglo pasado, las ambiciones disgregadoras y los intereses colonizadores de potencias más o menos circunstanciales; y, por añadidura dolorosa, el enfrentamiento interno y la violación de los derechos civiles. Nada que deba sorprendernos a los españoles si no fuera porque tales avatares han venido acompañados de una inestabilidad territorial dramática. Sirva como ejemplo desgraciado el éxodo de un millón y medio de griegos tras la anexión turca en 1922 de parte de la Tracia Oriental y de los territorios de la antigua Jonia.
Giorgos Seferiadis (1900-1971), para la literatura Giorgos Seferis, había nacido en Jonia, muy cerca de la actual Smirna. Décadas más tarde, regresó circunstancialmente al lugar de su infancia y adolescencia: no encontró sino la oclusión de su memoria, un territorio ya desfigurado y extraño.
En cierto modo, Seferis vivió continuamente en tierras extrañas, por ser de otros, y, sin embargo, propias en la medida en que alzó un mundo personal que daba cuenta de ese exilio. Su dedicación a la diplomacia le llevó a Inglaterra (una segunda patria cultural), Egipto, Turquía, Chipre… Esta última etapa mencionada acrisola esa diáspora vital del autor de Mithistórima. Pedro Bádenas de la Peña, a quien debemos el esfuerzo y la dedicación que supone la traducción y estudio de la poesía completa de Seferis, expuso la comprometida situación de un poeta reconocido que debe afrontar las negociaciones (en las que se sintió desautorizado por su propio gobierno) para liquidar el colonialismo inglés ejercido sobre la isla de Afrodita: él, que había bebido como probablemente muy pocos poetas europeos de la mejor tradición británica. En efecto, más allá (o acá) de que su padre hubiera sido un reputado traductor de Byron, Seferis analizó, tradujo y asimiló como nadie la obra poética y crítica de T. S. Eliot. La misma sociedad británica que le honrará, entre otras distinciones, con el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge (al parecer se tuvo la extraordinaria consideración de pronunciar en griego el nombramiento y no en latín) se empecinaba en extirpar los lazos entre la gran isla y la madre Grecia. El propio Bádenas explica la forma inusualmente comprensiva que el poeta esgrimió ante el problema: buscando entender las razones (y los errores) de la potencia colonizadora británica.
La misma generosidad y honradez intelectual que demostró al adjudicar a Cavafis, antes que a él mismo e incluso que a Eliot, la creación de poemas denominados por el propio Seferis como «pseudohistóricos», espejos de un presente de ambiciones e intereses espúreos.
1935 se convierte en fecha imprescindible para entender la poesía griega del siglo XX. Andreas Embiricos publica Altos hornos, si no el primero, el poemario emblemático del surrealismo helénico; Pirámides de Yannis Ritsos forzará el giro social; y Odysseas Elytis, símbolo de la modernidad poética griega para la España contemporánea, dará a conocer sus poemas iniciales. Y en el mismo año, Mithistórima (Leyenda, en traducción apenas usada). El libro supuso la plena confirmación del poeta ya admirado desde 1931 por la sencillez lírica de Vuelta (Strofí significa igualmente «estrofa»). Sin dejar nunca de lado un tono lírico inconfundible, tildado en sus inicios con el membrete bien conocido en la literatura española de «poesía pura», incorporaba Seferis en aquel nuevo poemario la atmósfera de travesías legendarias pero adivinando bajo la resplandeciente superficie de la tradición cultural del Egeo los restos de un cuerpo torturado y agotado, el del pueblo griego. Quiso acercarse al presente como volumen del pasado y a éste como vivencia alejada de ganga arqueológica. Pero decidió conceder a Constantinos Cavafis, el alejandrino, el honor de alcanzar, incluso por encima de su admirado Eliot, la visión del pasado como prisma a través del que contemplar las delicias y vilezas de los días presentes.
Sin embargo, tal vez poemas de Cavafis como «Esperando a los bárbaros», «Manuel Komneno» o «Emiliano Monae» resulten más escenográficos para el lector actual. Seferis no querrá renunciar a dos constantes de la poesía griega: el paisaje, especialmente insular, y el legado clásico; pero se muestra más renuente que el maestro al uso de interiores y a la inclusión de objetos; tanto como a la fijación de coordenadas espacio-temporales, que el alejandrino inserta con frecuencia en los títulos. La poesía de Seferis no se entiende sin la polifonía de discursos y tradiciones, pero no cede a la plasticidad discursiva del poeta alejandrino, más flexible y desenvuelto, tan dispuesto a la solemnidad como a la ironía, más poroso a la incursión de voces y al dialogismo teatral. Si en la obra de Cavafis se siguen breves hilos narrativos hasta un pliegue último de tono moral, en la poesía seferiana predomina la composición en láminas, casi lascas de su estado emocional, que amalgaman reflejos biográficos y míticos, pulsiones psíquicas y reflexiones socio-políticas: es un espacio calculadamente compuesto por acumulación. Al fondo de todo ello, el Eliot anterior a los Cuartetos, si bien rebajada la violencia compositiva de La tierra baldía. Y en primer plano, sus hombres huecos: «No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes, / tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también ellas». Seres abstraídos los que caminan por los versos de Mithistórima, los que agotados o cercanos a la alucinación se sientan sobre sus poemas a mirar el crepúsculo «donde vemos iluminarse / […] cuerpos que ya no saben cómo amar», entre enigmáticas «sonrisas, inmóviles, de estatuas».
Lamentablemente, no resulta fácil hacerse con la poesía de Seferis, pues predominan las ediciones agotadas. A continuación se citan las ediciones destacadas de y sobre su obra en el ámbito principalmente español. Sirva la cita no sólo a título informativo sino como homenaje de Las razones del aviador a los traductores que con su dedicación nos han permitido acceder a la literatura griega clásica y contemporánea.
Poesía completa, Madrid, Alianza, 1986 (2ª ed. 1989); trad. Pedro Bádenas de la Peña.
Antología poética, Madrid, Visor, 1989; trad. Pedro Ignacio Vicuña.
Mithistórima y otros poemas, Barcelona, Orbis, 1983; trad. José Alsina y otros.
Yorgos Seferis, (Antología y estudio), Madrid, Júcar, 1988; trad. y ed. J. A. Moreno Jurado.
Tres poemas secretos, Madrid, Abada, 2009; trad. Taller de Traducción Literaria; intr. Andrés Sánchez Robayna.
Cuaderno de estudios y otros poemas, Madrid, Torre de Goyanes, 2008; trad. Luis Blanco Vila.
El zorzal y otros poemas, Buenos Aires, Losada, 1966; trad. Lysandro Galtier.
Diálogo sobre la poesía y otros ensayos, Madrid, Júcar, 1989; trad. J. A. Moreno Jurado.
Días, 1925-1968 (diario), Madrid, Alianza, 1997; trad. Vicente Fernández González.
Seis noches en la Acrópolis (novela), Madrid, Mondadori, 1991; trad. V. Fernández González. (Premio Nacional de Traducción)
El estilo griego, 3 vols.: I: K. P. Kaváfis, T. S. Eliot; II: El sentimiento de eternidad; y III: Todo está lleno de dioses, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1994-1999; trad. Selma Ancira.
*
Isabel García Gálvez (ed.), Giorgos Seferis. 100 años de su nacimiento (Actas del VIII Encuentro sobre Grecia, Granda, 1-3 diciembre, 2000), Centro de estudios bizantinos, neogriegos y chipriotas, 2002.
Manuel Briceño Jáuregui, La angustia poética de Seferis, Caracas, Ministerio de Educación, 1971.
Pedro Bádenas de la Peña, «Consideraciones sobre el ciclo chipiotra en la poesía de Yorgos Seferis», Erytheia. Revista de estudios bizantinos y neogriegos, 10 (1989), pp. 355-70. (Disponible en Dialnet).
___, «Eliot en Seferis. Influencia y creatividad», Erytheia, 14 (1993), pp. 111-24. (Disponible en Dialnet).
___ , «El cristianismo y Bizancio en la obra de Seferis», Erytheia, 21 (2000), pp. 281-94. (Disponible en Dialnet).
Si la obra poética de Seferis no goza de la renovación editorial necesaria, sus versos han tenido mejor suerte con los traductores. Aquí acudimos al talento de Ramón Irigoyen, quien tradujo buena parte de Mithistórima y otros poemas (ed. cit.).
Tres poemas
X
Nuestro país está cerrado, todo montes
que día y noche tienen como techo el cielo bajo.
No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes,
tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también
ellas, que tanto veneramos.
Un sonido sordo y estancado, idéntico a nuestra soledad,
idéntico a nuestro amor,
idéntico a nuestros cuerpos.
Y nos parece extraño que hayamos podido construir en tiempos
las casas las cabañas los apriscos.
Y nuestras bodas con sus coronas frescas y alianzas
se vuelven enigmas insolubles para el alma.
¿Cómo nacieron y crecieron nuestros hijos?
Nuestro país está cerrado. Lo cierran
las dos negras Simplegades. El domingo
en los puertos cuando bajamos a tomar el aire
vemos iluminarse en el crepúsculo
leños rotos de viajes que aún no terminaron
cuerpos que ya no saben cómo amar.
XX
En mi pecho se vuelve a abrir la herida
cuando declinan las estrellas y entroncan con mi cuerpo
cuando bajo los pasos de los hombres cae silencio.
Estas piedras que naufragan en los años, ¿hasta dónde van a arrastrarme?
El mar, el mar, ¿quién podrá agotarlo?
Cada alba veo las manos que hacen señales al buitre y al halcón
atadas a esa roca que el dolor ha hecho mía,
veo los árboles que respiran la calma negra de los muertos
y después sonrisas, inmóviles, de estatuas.
XXII
Ya que ante nuestros ojos tantas y tantas cosas desfilaron
que nuestros ojos nada vieron, sino que más lejos
y detrás la memoria como una tela blanca cierta noche
en un recinto en que vimos imágenes extrañas, más extrañas que tú, pasar
y perderse en la fronda inmóvil de un lentisco;
ya que hemos conocido tan bien nuestro destino
errando entre las piedras rotas –tres o seis mil años–
excavando en edificios derrumbados que quizá habían sido nuestras casas
tratando de recordar fechas y hazañas:
¿podremos?
Ya que fuimos atados y fuimos dispersados
y ya que hemos luchado con asperezas por lo que se decía inexistentes,
perdidos, y encontrando de nuevo un camino lleno de batallones ciegos
hundiéndonos en los pantanos y en el lago de Maratón,
¿podremos morir normalmente?
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