18.5.13




NUNO JÚDICE / LA FIGURA DEL CANTO


            En la revista Solaria (segunda época, nº 5, 2004) apareció la traducción de esta serie poemática. La concesión del XXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana al autor portugués nos ha parecido razón suficiente para recordar estos poemas.



            1

Del otro lado del tiempo, oigo la voz
que siempre olvido: “¿en qué rama quedó
prendida tu imagen?”

Un arbusto existe para que los versos,
como pájaros, se refugien en él. Los oigo
restallar contra el viento enlutado
de la estrofa.

“Mientras, me dices, ¿a quién entregaré
sus frutos?” Pero  tus brazos están
vacíos, como las raíces del poema.



            2

Nació de mañana, como el color,
el agua, la tierra, el tronco cuyos nudos
se confunden con ojos ciegos.

Sé que le corre por dentro
la savia de la noche; y lo parto, como
una astilla, o verso, para
que los labios sedientos se ennegrezcan
con ella.

Lo que nace, entonces, trae consigo
ese nombre: ¿muerte? ¿O algo que crece
en el silencio de los muros, como la hiedra,
hasta brotar en el límite de la flor?



            3

Te persiguen, esos árboles. Un tronco,
por momentos, agita su torso de Venus
−nacida de la tierra. Pero enfrente,
las hojas tocan una línea imaginaria
que las separa del cielo. Busco
el detalle, el pormenor, el punto
en el que el mundo se torna preciso, como
la idea. Pero lo que encuentro es
el viento, la arruga del otoño en el paisaje, el aire
que avanza dentro de la luz,
y obliga al poema a un retroceso instintivo
hasta encontrar la figura del canto.



4

Si se recorre el campo, despacio,
sin perder el tiempo con las ideas, llevando
apenas, en un bolsillo del espíritu, la imagen
de tus ojos, tal vez un ave alce
el vuelo y se quede, inmóvil,
en una pausa de la vida: “¿A qué vienes
aquí?”, pregunta. Pero no se puede
interrumpir el tiempo, ni el cuerpo
atento al suelo, se distrae de la pendiente
que conduce hasta tus brazos.



            5

Es porque la noche cae por lo que los ojos
buscan la  luz, la revelación de la nada,
la certeza efímera de un brillo. En cambio,
dando la espalda al peso
de un eco diurno, los ojos se cierran. El sueño,
que da la señal de un nombre, impide
que los labios lo pronuncien. Tiemblan,
apenas, con el soplo imperceptible
de la respiración; y tú, a quien el silencio
prende al lecho de un río sonámbulo,
sueñas el regreso. “¡Despierta, para que me
llames, desde la otra orilla!” La mañana,
en cambio, todo lo apaga. Quien abre la ventana,
cegando sus ojos con el día, entrega
a la noche sus sombras.



            6

El secreto de este fuego nace de la piedra
que él mismo consume. La golpeo, la levanto
contra el cielo, y un brillo azul
envuelve su contorno. Arde por dentro,
donde ni siquiera se sospecha la llama.
Ahí, ni humo ni color; apenas un sen-
timiento que pasa de la materia a la mano
que la envuelve. Después, tiro la piedra
lejos. La veo subir; y cae, en
medio de otras piedras. El centro fue
su secreto: ahora, es sólo una piedra tirada
en el suelo, que cada uno de nosotros
pisa, o lanza lejos, sin saber
lo que le arde por dentro, y nos quema.



            7

Las cosas son nítidas: objetos, colores,
plantas. Entran realidad adentro
cuando las nombro: cuerpos, mujer,
cenizas, blanco, abetos, feto. Los
montes, en cambio, son imprecisos, como
un pretexto para que la luz nazca,
en la cima, donde sólo una línea decide
el límite. Entonces, las cosas nos sujetan
aquí. ¿Para qué dejar que la mirada siga más
allá, donde un impulso de ala hace
iguales al hombre y al polvo? Olvido esa
última frontera, y sigo tus pasos,
diosa, por cuyo amor me transformo en
alimaña de tierra, menos hombre que topo.



            8

El gesto construye la figura...” Pero no
continuó. El cansancio le impedía acompañar
al pensamiento, y poner por escrito
una conclusión. “El gesto es lo que cuenta
en una duración, en un sueño de eternidad”. Ahora
se aproximaba a ese punto en el que la frase y el mundo
coinciden. Pero lo que decía
no tenía, ya, un objetivo definido. Las palabras
saltaban hacia dentro de la imagen, y seguían
el movimiento sugerido por la figura. “Los pies,
en contacto con la tierra, indican el límite
de ese gesto.” Después, tal vez pudiera
fijarse en el horizonte, donde el contraste de los montes
con la luz, en una inercia antigua, sugería
la tarde. Pero estaba sujeto, también él, a la tierra,
y un movimiento de raíces le empujaba
hacia dentro, de donde una voz
lo llamaba.

                                          Versión de José María Castrillón


Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, El algarve, 1949), profesor universitario de Literatura Comparada, ha sido traducido al español en Un canto en la espesura del tiempo (Calambur, 1996), Teoría general del sentimiento (Trilce Ediciones, 1999) o Antología (Visor, 2003).




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