de las acumulaciones
del libro inédito Pérdida del ahí
obligación
Abre la boca y tira ya
las acumulaciones.
Aguas
tan retenidas mal pueden dar
otra cosa que olor y escarmientos.
Deja que, aun mal sentadas, pesen en tu oído
las sílabas blancas
que ahora te visitan.
Ponlas afuera,
lejos de los músculos, del ennegrecimiento.
¶
el alojado
Sólo llega a ser huésped quien no contrató frascos
donde guardar saliva y números
pendientes de celebrar.
Bailarás con la vida,
si es así,
como baila un sordomudo con la mirada, inventando
la música en sus ojos
en medio de la fiesta y de espaldas
a una plata cansada de trompetas.
Tan sólo si deshaces la luz
entre los dedos y soplas de una vez sobre los nombres y ves caer
sus estambres sin ruido,
sabrás que quien aloja tu lenguaje también conoce esa virtud
de apartar las preguntas de tu lado
y vigilar las inmediaciones del pan,
las canciones musitadas,
la intimidad oscura de los dedales alejados
del uso.
¶
como la vida
A medio morder, la fruta llora y se oscurece.
Fulgor de lo empezado, se mueve la dulzura
entre los dientes.
Tintineos de una azúcar pequeña
que se esconde del mundo
para librar la tormenta del hueso, que viene
retumbando.
¶
finales de verano
Furiosas mañanas rojas del verano, ¿qué nos dejasteis en vuestra
dentellada?
Ahora
estas otras son amarillentas como una cera usada y sin porvenir.
Dulces aspas enfermas de septiembre, cómo descolgáis de su
lugar canciones rojas, manzanas nocturnas y ruido de sandalias
que se alejan.
¶
árboles
Todo se lo dejan hacer: nidos arriba, manchas torcidas y
tachaduras sobre los nombres aborrecidos.
Pasión silenciosa la de los árboles.
Y hay un ritmo interior que desentona el juego ciego de las
elaboraciones:
hojas, frutos, vainas, flores.
Y, luego, no se defienden nada. Se entregan a las usurpaciones
como animales quietos.
¡Y mira que nada consiga defraudarlos…!
Caen sobre su entereza manos, dientes, picos, frío. Y no hay
idioma en ellos que delate el dolor de los arrancamientos. Nadie,
nadie sabe a qué suena la voz pasiva de los árboles.
¶
río
O lleno de canción o un filete de estaño que nadie solicita. Agua
de la verdad, nada te cierra el paso. Y entonces cuidas en tu ronda
de noche el sopor de los perros abandonados, las campanadas
sangrientas en los relojes más altos, los partos y los sueños y las
extremaunciones.
Un almanaque de asuntos silvestres baja por tus riberas. Estrépito
y mercancías asustadas.
Río.
¶
boca
Miro tu boca tajante y llena de semillas. No da palabras
célebres. No invoca. No espera en sus ángulos húmedos
esos negocios crujientes de los hombres.
Y, sin embargo,
un curso de agua ciega no apagaría su luz, hecha de risa
y de entresijos.
Pido
que me caliente en el invierno su lengua, por donde pasan piedras
blancas y peces resbaladizos y frutos sin ánimo
hasta que tú los nombras.
¶
en lugar de
Lo que tú no me das ya me lo da septiembre en sus cruces
húmedas y en sus primeras sustracciones.
Atravieso
la compañía rojiza del atardecer como quien pisa unos tejados
inofensivos. Hay en el aire sal y temperaturas fulminadas.
Y todo llama al dulzor ya entre alarmas amarillas:
¿qué va a ocurrir? ¿qué va a ocurrir?
Astros pertenecidos, pámpanos de fuego, quedaos con tanta
cercanía como podáis, ¿no veis que hay verdades abiertas y una
estación entera viene a mojar mi boca
ya?
¶
es la dejadez
Pasa sobre nosotros la luz callada de la dejadez. Y tras su estela, ¿qué
queda ennoblecido? Música de astros muertos, ortigas, tijeras brutas.
Es la sorda medida de las omisiones, con su pedrada
de oro.
Este es el oficio de agarrarse a las cáscaras.
Tú no lo puedes soportar. Buscas pasillos blancos.
O aúllas sin orden.
Tomás Sánchez Santiago (Zamora. 1957) es autor de los libros de poemas Amenaza en la fiesta (1979), La secreta labor de cinco inviernos (1985), Vida del topo (1992), En familia (1994), Ciudadanía (1997) y El que desordena (2006). Ha publicado los libros en prosa Para qué sirven los charcos (1999) y Salvo error u omisión (2003). Es autor de la novela Calle Feria (2007).
¡Qué gran pasajero para tan hermoso vuelo!
ResponderEliminarTodos salimos ganando.
Abrazos.
No una rectificación, pero sí un comentario: Un árbol nunca tiene voz pasiva. Por inercia estamos acostumbrados a querer que todo use nuestra manera de decir, como si fuera tan difícil aceptar y acceder a la diferencia de los otros signos. Con los nuestros, sólo hablaremos de nosotros (y nuestra insuficiencia) pese a mirar -y querer relatar- lo externo, el mundo.
ResponderEliminarPor lo demás, el gusto conocido de leer una experiencia y palabras diferentes, tuyas, no una voz coral propia de los catálogos de temporada. La vida pesa en estas acumulaciones, unas con sus destellos, con el sabor de lo que no se apaga, y otras desde sus densidades de lo arrastrado o descreído.
Un abrazo,
Carlos