NUNO JÚDICE / LA FIGURA DEL CANTO
En la revista Solaria (segunda época, nº 5, 2004) apareció la traducción de esta
serie poemática. La concesión del XXII Premio Reina Sofía
de Poesía Iberoamericana al autor portugués nos ha parecido razón suficiente para
recordar estos poemas.
1
Del
otro lado del tiempo, oigo la voz
que siempre olvido: “¿en qué
rama quedó
prendida tu imagen?”
Un arbusto existe para que los
versos,
como pájaros, se refugien en
él. Los oigo
restallar contra el viento
enlutado
de la estrofa.
“Mientras, me dices, ¿a quién
entregaré
sus frutos?” Pero tus brazos están
vacíos, como las raíces del
poema.
2
Nació
de mañana, como el color,
el agua, la tierra, el tronco
cuyos nudos
se confunden con ojos ciegos.
Sé que le corre por dentro
la savia de la noche; y lo
parto, como
una astilla, o verso, para
que los labios sedientos se
ennegrezcan
con ella.
Lo que nace, entonces, trae
consigo
ese nombre: ¿muerte? ¿O algo
que crece
en el silencio de los muros,
como la hiedra,
hasta brotar en el límite de
la flor?
3
Te
persiguen, esos árboles. Un tronco,
por momentos, agita su torso
de Venus
−nacida de la tierra. Pero
enfrente,
las hojas tocan una línea
imaginaria
que las separa del cielo.
Busco
el detalle, el pormenor, el
punto
en el que el mundo se torna
preciso, como
la idea. Pero lo que encuentro
es
el viento, la arruga del otoño
en el paisaje, el aire
que avanza dentro de la luz,
y obliga al poema a un
retroceso instintivo
hasta encontrar la figura del
canto.
4
Si
se recorre el campo, despacio,
sin perder el tiempo con las
ideas, llevando
apenas, en un bolsillo del
espíritu, la imagen
de tus ojos, tal vez un ave
alce
el vuelo y se quede, inmóvil,
en una pausa de la vida: “¿A
qué vienes
aquí?”, pregunta. Pero no se
puede
interrumpir el tiempo, ni el
cuerpo
atento al suelo, se distrae de
la pendiente
que conduce hasta tus brazos.
5
Es
porque la noche cae por lo que los ojos
buscan la luz, la revelación de la nada,
la certeza efímera de un
brillo. En cambio,
dando la espalda al peso
de un eco diurno, los ojos se
cierran. El sueño,
que da la señal de un nombre,
impide
que los labios lo pronuncien.
Tiemblan,
apenas, con el soplo
imperceptible
de la respiración; y tú, a
quien el silencio
prende al lecho de un río
sonámbulo,
sueñas el regreso.
“¡Despierta, para que me
llames, desde la otra orilla!”
La mañana,
en cambio, todo lo apaga.
Quien abre la ventana,
cegando sus ojos con el día,
entrega
a la noche sus sombras.
6
El
secreto de este fuego nace de la piedra
que él mismo consume. La
golpeo, la levanto
contra el cielo, y un brillo
azul
envuelve su contorno. Arde por
dentro,
donde ni siquiera se sospecha
la llama.
Ahí, ni humo ni color; apenas
un sen-
timiento que pasa de la
materia a la mano
que la envuelve. Después, tiro
la piedra
lejos. La veo subir; y cae, en
medio de otras piedras. El
centro fue
su secreto: ahora, es sólo una
piedra tirada
en el suelo, que cada uno de
nosotros
pisa, o lanza lejos, sin saber
lo que le arde por dentro, y
nos quema.
7
Las
cosas son nítidas: objetos, colores,
plantas. Entran realidad
adentro
cuando las nombro: cuerpos,
mujer,
cenizas, blanco, abetos, feto.
Los
montes, en cambio, son
imprecisos, como
un pretexto para que la luz
nazca,
en la cima, donde sólo una
línea decide
el límite. Entonces, las cosas
nos sujetan
aquí. ¿Para qué dejar que la
mirada siga más
allá, donde un impulso de ala
hace
iguales al hombre y al polvo?
Olvido esa
última frontera, y sigo tus
pasos,
diosa, por cuyo amor me
transformo en
alimaña de tierra, menos
hombre que topo.
8
“El gesto construye la figura...” Pero no
continuó. El cansancio le
impedía acompañar
al pensamiento, y poner por
escrito
una conclusión. “El gesto es
lo que cuenta
en una duración, en un sueño
de eternidad”. Ahora
se aproximaba a ese punto en
el que la frase y el mundo
coinciden. Pero lo que decía
no tenía, ya, un objetivo
definido. Las palabras
saltaban hacia dentro de la
imagen, y seguían
el movimiento sugerido por la
figura. “Los pies,
en contacto con la tierra,
indican el límite
de ese gesto.” Después, tal
vez pudiera
fijarse en el horizonte, donde
el contraste de los montes
con la luz, en una inercia
antigua, sugería
la tarde. Pero estaba sujeto,
también él, a la tierra,
y un movimiento de raíces le
empujaba
hacia dentro, de donde una voz
lo llamaba.
Versión de José María Castrillón
¶
Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, El algarve, 1949), profesor universitario
de Literatura Comparada, ha sido traducido al español en Un canto en la espesura del tiempo (Calambur, 1996), Teoría general del sentimiento (Trilce
Ediciones, 1999) o Antología (Visor,
2003).
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