Paseando con Verlaine / 3 poemas
Volver a Paul Verlaine. Una mayoría de los lectores de
Las razones del aviador no hallará necesidad alguna. La poesía hispánica actual no tiene a Paul Verlaine
por maestro, ni siquiera por uno de sus grandes autores. No fue un revolucionario del mundo poético. Sus méritos
no son los de su admirado predecesor Baudelaire ni los de su protegido Rimbaud
ni los de su coetáneo Mallarmé. Pero sus mejores poemas no resultan acartonados
ni huecos. Cuando repite obsesivamente una idea, cuando reafirma enérgicamente
lo dicho en versos anteriores, cuando se exige valor y se anima para evitar las
tentaciones, va más allá de la maestría métrica y plasma la intimidad del
hombre atormentado y, a la vez, cínico que fue. Además de convertirse en
maestro de nuevas generaciones, mostró la sensibilidad suficiente para plasmar
ambientes, captar la vivacidad de los colores y formas de las cosas, y con
frecuencia mostrarnos ácidamente la mediocridad de nuestra vida. Su trayectoria
literaria ofrece, como pocas, una coherencia radical entre vida y escritura.
Tal vez, por ello merece un puesto destacado en los albores de la modernidad
poética.
Con él,
con su protagonista poético, pasearemos por un desabrido París y por la orilla
de un estanque crepuscular y por una feria en Bélgica (que visitó en su loca
fuga con Rimbaud).
Las dos primeras
composiciones, pertenecientes a Poemas saturnianos (1866), ofrecen dos líneas fundamentales de
la poesía simbolista. Por una parte una instantánea del poeta en medio de la
ciudad y una “pintura” poética de un estanque, al modo en que lo haría el gran
pintor Monet. En ambos casos, el poeta es un paseante (flâneur) que se siente atraído poéticamente por el
lugar y el momento por los que transita. En «Croquis parisiense» aparece el
poeta en la ciudad desapacible y gris del invierno parisino, vulnerable a sus
sueños de un mundo ideal (el de la antigüedad griega). En el poema, Verlaine
parece mofarse un tanto de su propia ingenuidad. Ese tono un tanto burlón desaparece
por completo en la bella estampa del jardín acuático que atrae al poeta por sus
sonidos y colores hacia un sentimiento de belleza y misterio. Pero, además, el
poema ofrece una impecable factura técnica pues, como el paseante que camina en
círculos en torno al estanque, los versos trazan círculos en los que un
detalle, a modo de ritornello, abre y
cierra un periodo, y hasta el poema completo («sobre las aguas quietas» cierra
el primero y el último). Como en los cuadros de los impresionistas, en ambos
poemas se escribe como a pinceladas sueltas, ofreciendo sólo algunos detalles,
de la ciudad y del jardín, que buscan sugerir más que describir todos y cada
uno de los elementos de la escena. Las versiones van a cuatro manos: Hubert
Bailleul / José María Castrillón.
¶
ESBOZO
PARISINO
La luna su color de cinc vertía
sobre ángulos
obtusos.
Trazando un
negro cinco humo salía
denso de los
tejados puntiagudos.
El cielo estaba
gris. Lloraba el cierzo
parecido a un
fagot.
Lejos, discreto
un gato frïolero
maullaba con
extraña y rota voz.
Vagaba yo
soñando con Platón
el divino, y
además
con Fidias,
Salamina y Maratón,
bajo el guiño
azul de un farol de gas.
¶
PASEO
SENTIMENTAL
El ocaso lanzaba excelsos haces de
luz
y la brisa
mecía los pálidos nenúfares;
los grandiosos
nenúfares en medio de los juncos
tristemente
alumbraban sobre las aguas quietas.
Yo vagaba solo,
paseando mis heridas
a orillas del
estanque, por la hilera de sauces
donde la tenue
bruma asemejaba un gran
espectro
blanquecino que se desesperaba
y se lamentaba
con la voz de las garcetas
que unas a
otras se llamaban batiendo las alas
por la hilera
de sauces donde vagaba solo
paseando mis
heridas; y el espeso lienzo
de las
tinieblas vino a ahogar los excelsos
rayos del
atardecer en sus ondas pálidas
y en aquellos
nenúfares en medio de los juncos,
los grandiosos
nenúfares sobre las aguas quietas.
¶
Este tercer texto era uno de los favoritos de Pío Baroja.
El poema aborda una escena de feria en la que un tíovivo gira y gira en apariencia alegre y emocionante. Es un poema ácido, en el que Verlaine
subraya la mentira que alegra unas vidas mediocres e hipócritas. No se ha podido conservar la rima abrazada
entre el primer y el cuarto verso de cada estrofa y los dos versos interiores
que refuerzan aún más la idea del balanceo. Uno de los méritos del poema es
dejar su sentido abierto tanto a los animales que dan vueltas, como a la gente
que trata de llenar su vida hueca entre la torpe alegría del gentío. Todos seríamos esos caballos que giran en el
enorme engaño sin sentido que serían nuestras vidas.
¶
CABALLOS DE MADERA
Por Saint-Gilles,
vuelve acá
mi ágil
alazán
Victor Hugo
Girad, girad, caballos de madera,
Girad, girad, cien
vueltas y otras mil,
girad , una y otra
vez, girad siempre,
girad, girad al son
de los oboes.
La gorda criada, el
gordo soldado
como en su cuarto
están en vuestros lomos;
porque, hoy, en el
bosque de la Cambre,
ellos mismo sus
propios amos son.
Girad, caballos de
su corazón,
girad, mientras en
torno a vuestros duelos
guiña el ojo el
pilluelo malicioso,
girad al son del
victorioso émbolo.
Es admirable cómo
esto os embriaga,
¡ir así en este
estúpido circo!
Bien a gusto la
tripa y aturdidos,
tanto mareo y tan
grato placer.
Girad, girad, sin
que haga falta ya
utilizar jamás
espuela alguna
que guíe vuestro
galopar redondo,
girad, girad, sin
esperanza de heno.
Daos prisa, caballos
del espíritu,
pues ya la noche
está cayendo, noche
que va a unir palomo
con paloma,
lejos de la Señora y
de la feria.
¡Girad, girad!, el
aterciopelado
cielo de astros
dorados va vistiéndose.
Ved cómo los amantes
ya se van.
Girad al son alegre
de tambores.
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