limpiar la capilla
(para Eifion Powell)
Los celtas eran gente limpia –
en aquellos tiempos algunos aspirantes a santo
recurrieron a la arpillera y a las cenizas
pero los galeses eran una raza aseada:
se desnudaban
para lavarse, purificarse y cantar
en baños a los que llamaban capillas.
Para ellos el Espíritu era el espíritu de la limpieza
una limpiadora armada con un trapo,
cada mota de polvo era perseguida y desterrada,
los tubos del órgano aspiraban el mal
no había un solo brillo en los ojos
ni arriba en el tejado.
Lo de mi pueblo no eran alabanzas
más bien despojaron las capillas de todo adorno
y hasta es posible que sintieran, en mitad de una oración,
un chorro de algo, una corriente de aire cálido
que puliera sus pecados.
Y el asiento de atrás, al que llamábamos «el barco»
era un jacuzzi que nos daba en usufructo una nueva vida.
Mientras nos dirigíamos a casa, limpios, impecables,
quizá oíamos cómo se reían las ventanas,
veíamos cómo sudaban los bancos de la iglesia su barniz brillante.
¶
nueva pobreza
(a la viuda de un poeta)
«El lector es el árbitro final y para él guardé la poesía de M.
y a él se la he entregado. La poesía es curativa, da vida,
y las personas no han perdido el don de ser capaces
de beber de su fuerza interna». (Nadezhda Mandelstam)
Si pudiera, mediría y pesaría sus palabras.
Te las ofrecería en un cántaro,
las prensaría y luego las secaría,
haría un festín con ellas para tu regocijo;
para que se volvieran un homenaje –
«Esperanza contra esperanza»
porque una tierra baldía nunca será quemada.
Te mostraría su legado
te mostraría el fermento que llena el corazón
de una mujer que ama su poema más que su propia desgracia.
«Hay personas que son asesinadas
en nombre de la poesía» dijo.
Podían soportarlo: el hecho
es un signo de respeto nada ejemplar.
Sí, ella, la gran musa femenina
que enlazó a su poeta en matrimonio, más allá del simple anillo.
Y les contaría
rumores – cómo ella escondió
los poemas de él en cojines
los metió en cacerolas
los introdujo con sigilo
en zapatos
para que el poema, algún día, pudiera caminar.
Era incansable. Los aprendía de memoria
hasta ser capaz de verter sus versos en una página,
no dejar que traspasaran la tierra baldía del olvido.
Ella, que escanciaba por el mundo
las gotas de su fuente,
ella que conocía el sonido de la clepsidra
que sabía que dar
es recibir el mundo,
ella, la solitaria Nadezha,
cuya sonrisa producía pesadillas en los hombres
que se llevaron a su marido,
Kamen: una piedra. Tristia:
la materia misma de la tristeza.
*
Si pudiera, escribiría
con tinta negra su última carta
para él. Osia, mi lejanísimo amor,
Osia, dijo,
sabiendo que eran palabras en el vacío:
«Anhelo la alegría pura de nuestra vida en común,
nuestros juegos, nuestras discusiones,
cómo puedo mirar al cielo ahora que no tengo con quién contemplarlo…
¿Recuerdas el sabor del pan, nuestra pobreza dichosa?
Cada lágrima, cada sonrisa, son para ti,
mi guía ciego en este mundo,
cómo cuesta morir cuando estamos separados.
Y viniste a mí mientras dormía,
a mí, que había estado tan loca y furiosa
y que no había aprendido a llorar lágrimas simples.
Ahora, ya sé lo que es llorar.
Adiós – tu Nadia».
Hermana, si pudiera, te pediría
una cita para que pudiéramos conversar
de sacramentos seguros, en la misma cresta
del oleaje de sus versos.
Si pudiera lo haría.
Un grito en el bosque no pertenece a nadie,
y las palabras del poeta serían
tan inexorables como las paredes de una prisión siberiana.
Para algunos, las palabras son vergonzosas,
para otros, un hechizo milagroso:
esta es la pobreza inconforme de la poesía.
¶
cuéntanos algo de ti
A las doce, la mesa estaba cargada de silencio;
no tenía nada que decirle a nadie,
ningún chisme que desatara una ráfaga pasajera,
ni cuentos chinos como nubes de cuajo y suero,
ninguna historia como rayo fulminante.
Yo no hablaba, absorbida en mi carne.
«Cuéntanos algo de ti» decía Padre
ante nuestro pan de cada día
y yo, titubeante, pinchaba un pedazo
sosteniendo el tenedor en alto para que no se cayera.
Pero era más fácil cincelar el asado con un cuchillo afilado
que partir el pan de la conversación,
más doloroso pasar el tiempo charlando
que alcanzar un plato caliente, seleccionar los guisantes, esperar el turno.
El lenguaje era ayuno.
La frase me vuelve ahora:
el impromptu «cuéntanos algo de ti»
en el banquete de los delegados.
Jamás creí
que me pasaría la vida fileteando palabras.
Me conformo con ser muda
sentada frente a un consejo demasiado cargado
y sin juicio salvo el exceso:
pero tengo hambre de migas
que, cuando sacudes el mantel de la vida,
no son más que
palabras en la fría y dura respiración del viento.
¶
Viaje en automóvil
Viajamos por el campo
y fijamos el reloj con precisión
para comprobar la tierra que cubrimos.
Y no importa el número de millas,
que se devanen al lado de los años
de este viejo. Ante su ojos, todos los edificios
se dilapidan, son meras ruinas.
«Cerrado» es su palabra para este día
viendo la capilla, la iglesia, la casa de reuniones
deslizarse hacia atrás como tienda de moquetas
o clínica de dentista, que con ironía
le entrega un texto para el sermón
sellado bajo el paladar:
sobre cómo los santos deben cepillarse la boca
para no exigir el diente por diente.
¿Es eso lo que les sucede a los seres humildes
que cruzan la calle de los noventa años?
Cada cierre, un pie tembloroso sobre un peldaño
que va hacia atrás, atrás, atrás,
hacia el viejo cuerpo del pasado.
«¿Qué voy a hacer con todos estos recuerdos?»
Suspira, sabiendo muy bien que no los puede retener,
porque los nombres se desvanecen, las fechas se estrellan.
Pero hay todavía mucho que compartir.
«Tengo demasiados recuerdos.
Cada día me digo en voz baja:
Hoy, nada de ir hacia atrás, ahora
sólo mantén el rumbo, mantén el rumbo por hoy».
Y yo sé también que el mercurio de la hora
es difícil de manejar, como una nueva moneda.
Noventa años en la carretera, aquí está,
gastado su siglo de esplendor,
huerto descuidado ahora, manzanas magulladas, recogidas por nadie.
*
Mira hacia delante, me digo, llegaremos allí algún día
¶
menna elfyn (Sawnsea, 1952) es autora de una extensa obra poética en lengua galesa, de la que destacamos El ángel de la celda (1996, Basarai), Eucalyptus. Selected Poems (1978-1994) y La mancha perfecta (2011, Trea). A este último libro pertenecen los poemas que se ofrecen en la traducción de la poeta Eli Tolaretxipi.
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