27.3.11

claude roy / mínimas



Esa manera que tiene la vida de no terminar sus frases.




El pensamiento gira en torno a la muerte, pero no entra en ella.




Que no haya respuesta no excusa la ausencia de preguntas.




Entre el insomnio y la somnolencia, Dios vacila.




Un hombre aquejado de certidumbres afiladas.




André, dice Élisa Breton, no retomaba jamás las carpetas antiguas, los viejos papeles, las cartas de otro tiempo. Detestaba los senderos que ya había recorrido. Sólo le interesaban aquellos que se abrían ante él.




Gran invención, la de los remedios irremediables: la terapéutica que cura la enfermedad y mata al enfermo, Stalin o Mao que aplastan a los kulaks y crean el hambre, etcétera.




Cuatro almas muertas juegan al bridge.




Las palabras de la música y la música de las palabras.




Hace lo menos setenta años que ese gallo ha muerto, pero todavía lo oigo cantar en el patio de la granja de mi infancia.




El blando almohadón de las certezas hormigonadas.




Hay muertos menos muertos que otros, Kostas o Paul, por ejemplo. A poco que lo pensemos, es porque hay vivos más vivos que otros.




Si no fuéramos uno y varios que se vigilan, se asombran mutuamente, se turnan y relevan, se completan, no seríamos nadie.




Siempre he tenido la impresión de que mis amigos, al morir, estaban a punto de decirme algo.




Se pregunta si es su vista que se debilita o bien el mundo que se decolora.




Los dioses anteriores a Dios tenían subcontratistas: se les suministraba un caos inicial, que mal que bien ordenaban. El Dios judeocristiano lo crea todo ex nihilo.




¿Debo sentirme orgulloso o humillado cuando descubro que Heráclito lo había dicho mucho antes que yo, y mejor?




El arcángel Gabriel a Ícaro: «No debías sino esperar un poco».




A partir del deseo, inventar el Amor; a partir de los pequeños éxtasis, inventar a Dios; a partir del azar del nacimiento, inventar la Patria… Somos una especie con imaginación.




El papel de la vanidad en las convulsiones de la Historia.




No cabe juzgar una acción en sí misma sin añadir esta variable, la intención. Un hombre es lo que hace, más la intención. O menos.




Cambiaba por completo de opinión pero nunca de estupidez.




¿Es realmente un progreso no atreverse a emplear ya más la palabra progreso, y preferir el término cambio? En todo caso es una precaución.




Los escritores no tienen más que una excusa, escribir los libros que desearían leer.




Curado de la esperanza del progreso, buscar acomodamientos con el desastre.




Estos inteligentes muy estúpidos, que lo comprenden todo, salvo que no comprenden nada de lo esencial.




Él no se ocupa de ser feliz sino de hacer creer que lo es.




Esta manía que tenemos de no dejar nunca de hacer pasado con el presente.




Si hay que despertar al dormido, ligera la mano en su hombro.




Haber preferido un placer a una ambición.




Tenemos los sueños que nos merecemos. La base de toda crítica.




Comparte mi opinión. Yo, no. Felizmente.




¿Quién ese desconocido en mí que clasifica y guarda mis recuerdos sin consultarme?




La muerte era para él una vieja desconocida.




Expresar con un estilo perfecto la irritante imperfección de la vida.




Desde que no espero nada sobreviene a cada instante aquello que no esperaba.




La vida nos ha tenido por sorpresa.




El infierno, no poder amar.




Ese ser imperfecto, como todos los seres, que me hace perfectamente feliz.




Él cree que ser grosero da fe de su independencia.




Tan bien educado, que imita la felicidad casi a la perfección.




Job no se queja. Canta.




Ni la virtud ni la virtú se decretan.




Conforme envejece añade más y más vinagre a su vino.




Una verdad muy modesta, que duda de tener razón.




No quisiera que el muerto en espera que soy arruinara en exceso el placer del viviente que me obstino en ser aún.




Transformar un dolor en axioma exacto, en música justa, en cicatriz alisada.




Soy pacifista hasta el punto de exhortarme constantemente a firmar la paz conmigo mismo.




La verdadera generosidad no perdona: olvida. Mejor aún: no se ha puesto en guardia.




No creo en aquello en lo que tú crees, pero te creo, creo en ti.




Mi gata me observa en ocasiones como observamos a un niño atolondrado y poco razonable.




Pertenecemos a la naturaleza por el cuerpo y al espíritu por la perplejidad.




El hombre que me tenía empleado me prometía un bello porvenir, lo que le facultaba a dejarme morir de hambre en el presente.




¿En qué círculo del infierno están los indiferentes?




Habría que tratar de no conceder demasiada realidad a la realidad. El mundo necesita imperiosamente que dudemos un poco de su existencia.




Hizo a su dios a su imagen, que es borrosa.




Una joven algo bruja, que amé en otro tiempo, como, para mi vergüenza, amé a veces la guerra.




Esos ancianos a los que he visto desear la muerte, y que han esperado largo tiempo a ver satisfecho su deseo… esto es también la verdad de la vida.




El encanto, al envejecer, de amar a las muchachas con perfecto desinterés.




La felicidad que experimentamos al saber que no poseemos lo que amamos.




El amor aguza la inteligencia al tiempo que da derecho a mostrarse tonto, infantil, risueño y juguetón en pareja.




La monotonía maravillosamente variable del amor.




Escribir para demostrar es aburrido, escribir para mostrar es irrisorio: no habría que escribir sino para decir.


(de Les rencontres des jours 1992-1993,
París, Gallimard, 1995)


Traducción de Jordi Doce




Claude Roy nació en París en 1915, hijo de un pintor de origen español, y murió en la misma ciudad en 1997. Poeta, ensayista y novelista, fue también un viajero activo, atento a los grandes sucesos de la política mundial. Entre sus novelas destacan La nuit est le manteau des pauvres, À tort ou à raison, Le malheur d’aimer, Léone et les siens, La dérobée, Le soleil sur la terre y La traversée du Pont-des-Arts. En 1982, una grave dolencia le inspiró los poemas de À la lisière du temps. Recibió por unanimidad el premio Goncourt en el apartado de poesía en 1985, y diez años después el premio Guillaume-Apollinaire por el conjunto de su obra.

Fue colaborador de Nouvel Observateur y miembro del comité de lectura de la editorial Gallimard. Entre 1969 y 1976 narró su propia vida en tres volúmenes: Moi je, Nous, Somme Toute.

Estos aforismos, que Roy denomina «mínimas», pertenecen a su dietario Les rencontres des jours 1992-1993 [Los encuentros de los días], publicado en 1995.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario