27.11.10

pierre joris / siete minutos sobre traducción

El texto que abre mi reciente libro de poemas, Aljibar II, comienza con un verso que me llegó espontáneo, de la nada. Reza así: «Mi padre fue curandero y cazador; ¿sorprende que me haya convertido en poeta y traductor?». La proporción algebraica que la frase propone igualaría curandero con poeta y cazador con traductor. Esto puede parecer un tanto fácil, lineal, y quizás sea más útil imaginar que los términos ocupan las cuatro esquinas de una X, varas cruzadas, una figura en quiasma que crea movimiento y conexiones entre los cuatro términos. Y, es más, puedo ver al poeta como curandero y cazador, y al traductor como cazador y curandero. Pero los detalles de esa discusión tendrán que esperar una mejor ocasión… Hoy quiero referirme brevemente a la cuestión de la traducción. Permítanme hacerlo por medio de una especie de lista, por ejemplo un poema lista, tal vez.


¿Por qué traduzco?

Porque me satisface.

Porque supera a la televisión, excepto cuando ponen a los Mets, pero la mayoría de las veces juegan tan pésimamente que aparto los ojos y continúo traduciendo, levantando la mirada solo para ver el marcador.

Porque, para ser sincero, quiero saber en qué andan metidos los poetas en Ghana.

Porque soy lo suficientemente insensato como para creer en el filósofo y poeta del siglo XVI Giordano Bruno, que dijo que toda ciencia tiene su origen en la traducción, y fue quemado en la hoguera por ello y por otros pocos pecadillos, en 1600 en Campo Fiore, Roma. Bruno es, por supuesto, el santo patrón de los traductores.

Porque por accidente natal me maldijeron o bendijeron con un lote de lenguas diferentes y con un perverso placer por enfrentar dichas lenguas y sus músicas.

Porque puedo.

Porque me encanta hacerlo.

Porque tengo que hacerlo; porque si yo y todos los demás no traducimos, el mundo será un lugar mucho más mierdoso de lo que ya es.

Porque cuando no puedo escribir poemas, todavía lo puedo hacer al traducir los poemas de otros poetas.

Porque érase una vez, en un país muy lejano de esta galaxia, que yo era lo suficientemente insensato como para creer que posiblemente podría, como insolvente (¡traduce esa palabra!) poeta joven que era, pagar el alquiler con un curro de traductor, algo que no funcionó porque me di cuenta de que odiaba traducir esos libros -novelas, tratados de no-ficción, manuales de cómo-hacer-qué, etc.- que habrían generado suficiente dinero para pagar el alquiler.

Porque hablo con una lengua trífida y siempre quise ser un curandero Apache-Mescalero.

Porque la gélida masa de fealdad anglo-gringa (1), avaricia y fascismo cristiano básico continuará reventando a la gente y las bibliotecas y los hogares y museos de cien Bagdads, a menos que podamos hacer que muchos ciudadanos estadounidenses se den cuenta de la belleza del otro, de la poesía del otro, del habla de todos los otros.

Porque nunca he sido capaz de convencer a mi departamento (en la Universidad, esto es, no en la tienda donde la mayoría de las cosas, en efecto, se fabrica en China, México, Corea y otros lugares) de imponer el aprendizaje de (al menos) dos lenguas extranjeras, una de las cuáles debería ser una lengua no indoeuropea, en el programa de postgrado como conditio sine qua non (¡traduce eso!) para que cualquiera sea admitido en un doctorado de literatura.

Porque, aparte de escribir y cocinar, traducir es lo único práctico que tengo la habilidad de y sé hacer.

Porque me encanta robar versos e imágenes y sonidos de todos los poetas extranjeros que leo e incorporarlos a mis propios poemas (ése es el poeta como cazador).

Porque es la mejor excusa que he encontrado para comprar muchos libros y viajar a muchos países para relacionarme con poetas y demás pervertidos extraños.

Porque la mejor manera de aprender a leer poemas es traducirlos.

Porque la mejor manera de aprender a escribir poemas es traducir las grandes obras de otros poetas.

Porque para tener nuevos pensamientos tenemos que renovar el lenguaje y la mejor manera de hacerlo que he hallado es crear con él un huso, mutilarlo y mutarlo para escribir en inglés con el lenguaje del poeta extranjero (vid. el funcionamiento de la lengua griega en el alemán, que Hölderlin llevó a cabo) (2).

Porque te permite tener intensas relaciones amorosas con gente que está lejos o muerta hace tiempo.

Porque tengo este raro sentido ético: puesto que puedo hacerlo, tengo que hacerlo para ayudar a mis concitoyens (intraducible por la inevitable pérdida del juego de palabras) lingüísticamente desafiados (3).

Porque la traducción y su contrapunto social, el mestizaje, son las únicas cosas que posiblemente puedan hacer de este mundo un lugar más seguro y factible.

Porque, aunque hace ya unos años que dejé de traducir al francés, el año pasado no pude resistirme a decir sí a traducir 25 páginas de poemas de Allen Ginsberg para una versión francesa de la ópera Hydrogen Jukebox de Philip Glass, dado que la última vez que vi a Allen en París me pidió que me involucrara en las traducciones de su obra, algo de lo que hasta ahora, cuando la ocasión de re-presentar mis respetos se presentó de la nada, no me había ocupado.

Porque 40 años después todavía no he traducido toda la obra de Paul Celan y por alguna sin-razón siento que debería hacerlo.

Porque la mayoría de mis amigos poetas de los Estados Unidos se llevan bien con sus compadres francófonos franceses y se traducen los unos a los otros con una fiera intensidad, lo cuál me brinda el espacio para concentrarme en traducir a los poetas norteafricanos que de otra manera quedarían sin traducir; así, hay libros de próxima aparición de Habib Tengour, Abdallah Zrika y Mohammed Al Amraoui.

Porque los Mets van perdiendo, otra vez.
[[y maldita sea, ¿no perdieron los Mets dos seguidos contra los Brewers anoche…?]]



Notas al texto

(1) Agradezco al poeta y traductor Joseph Mulligan (http://jwmulligan.wordpress.com/) el intercambio de correos electrónicos en relación con el uso de Joris de la palabra «anglo-‘merican». Mulligan ve en el uso de esta voz «mid-western» (de la región próxima a los grandes lagos y de algunos estados al norte y centro del país) una burla de la ignorancia estadounidense. Al saberlo, he intentado reflejar esa burla restringiéndola a un segmento de población concreto: los WASPs (White Anglo-Saxon Protestants, siglas que también representan la palabra «wasp», «avispa») o los partidarios del tristemente famoso y racista Tea Party.

(2) En relación con esta afirmación, creo conveniente citar estas palabras de George Steiner sobre la traducción de Friedrich Hölderlin de la Antígona de Sófocles, que paso a traducir: «Él creía que el sentido antiguo de las palabras, particularmente en el drama trágico, tenía un aura y una consecuencia materiales de las que la epistemología moderna carecía. Una profecía, un precepto oracular, una fórmula de anatema en la tragedia griega llevaban consigo una fatalidad literal. El habla no representaba o describía el hecho: era el hecho. Antígona no solo adumbra una anticipación mental de amenaza y sangre: oscurece, hace más sanguinarias, palabras que ya son escrituras de revuelta y suicidio. καλχαίνουσ ’ significa “enrojecer”. Al pronunciarse -teñido de rojo- el epos de Antígona se ha convertido en un hecho fatal, ineluctable. Una antropología, una lingüística contrastiva del papel del discurso en las sociedades antiguas y modernas subyace a y necesita la literalidad de Hölderlin, su paradójico propósito de entender y mejorar el original mientras procede palabra por palabra. La táctica es violenta y con frecuencia absurda, pero muchas y recientes reflexiones sobre los hábitos de habla en culturas primitivas y la fuerza del mandato físico en, por ejemplo, hebreo antiguo, corroboran el punto de vista de Hölderlin» (After Babel: Aspects of Language & Translation, Oxford University Press, 1998, p. 346).

(3) En la palabra que Joris utiliza, concitoyens, hay un doble sentido. Por un lado, la traducción literal de dicha palabra: conciudadanos; por el otro, puesto que con en francés significa cabrón, ciudadanos cabrones (uno de los más excelsos usos de esa palabra está en la canción Requiem pour un con, de Serge Gainsbourg).



 
Pierre Joris nació en 1946 en Luxemburgo. A los 19 años se trasladó a los Estados Unidos. Vivió en Gran Bretaña, el norte de África, Francia y Luxemburgo. En 1992 regresó a Nueva York. Actualmente es profesor de la State University of New York, en Albany.

De próxima aparición son sus libros Paul Celan: The Meridian (Stanford University Press) y Exile is my Trade: The Habib Tengour Reader (Black Widow Press).

Ha publicado más de cuarenta libros. Entre sus libros de poemas, destacan The Fifth Season (1971), Trance/Mutations (1972), The Tassili Connection (1978), The Book of Luap Nalec (1982), 5 Translations from Arthur Rimbaud (graphics, 1984), Breccia: Selected Poems (1986), Winnetou Old (1996), Poasis: Selected Poems (1986-1999) (Wesleyan University Press), The Stations of Mansur Al-Hallaj (Anchorite Press, 2007), Aljibar y Aljibar II (edición bilingüe con traducción al francés de Eric Sarner, Editions PHI, Luxembourg, 2007 y 2008). El más reciente es The Tang Extending From The Blade (Ahadada Books, E-Chapbook, 2010).

Libros de ensayos: A Nomad Poetics (Wesleyan University Press, 2003) y Justifying the Margins: Essays 1990-2006 (Salt Publishing, 2009).

Traducciones recientes: 4x1: Work by Tristan Tzara, Rainer Maria Rilke, Jean Pierre Duprey & Habib Tengour translated by Pierre Joris (Inconumdrum Press, 2002); The Malady of Islam de Abdelwahab Meddeb (junto con Ann Reid, Basic Books); Green Integer publicó sus tres volúmenes de traducciones de Paul Celan: Breathturn, Threadsuns y Lightduress (que obtuvo un premio: 2005 PEN Poetry Translation Award).

Otras traducciones al inglés incluyen libros de Pablo Picasso, Maurice Blanchot, Edmond Jabès, Kurt Schwitters y Michel Bulteau.

Ha traducido al francés libros de Carl Solomon, Jack Kerouac, Gregory Corso, Pete Townsend, Julian Beck y Sam Shepard.

La información recogida en esta nota puede consultarse en:

· http://www.pierrejoris.com/blog/?page_id=4481

· http://wings.buffalo.edu/epc/authors/joris/joris.bio


Traducción y notas de Mario Domínguez Parra
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