30.5.14



carlos medrano  /  5 poemas



Ser consciente de nuestra naturaleza transitoria no impide al autor (tal vez lo acucie) a echar la vida sobre el tablero del lenguaje (¿o es a la inversa?). De otra forma: la impermanencia del rapto vale tanto como la evidencia del rastro (el de aquella voz que nos unió al “mediodía limpio”). Transitoriedad y transitividad de la poesía.





Advertencia

De pronto unas palabras
dignas de rescatarse.
Y dichas para nadie
sólo las leen tus ojos.
Deja que sea el olvido
quien así las disperse.
Porque quien las recuerde
percibirá por siempre
el daño que perdura
sobre la piel del aire.
Hay veces que lo escrito
no busca permanencia
como ocurre en las voces.
Si lees estos confines,
en su silencio huye.
No menciones la herida
por más que la belleza
de su nombre te hechice.





Ante el invierno

Soy el superviviente de mí mismo.
Con los años cada pasión alcanza su vacío,
pureza o levedad
con la que ven mis ojos
tibios y preparados para mirar más lejos.
Sólo la voz contiene -y ejerce- ahora todo.
Y el cuerpo deja el rastro lineal del silencio,
del hermoso sentido lúcido de un destello
al mediodía limpio sin declive vivido.
Como escalar el tiempo bajo esa necesaria
comprensión del que sabe que el triunfo era otro.






TRAVESÍA

Tus palabras son bellas.
Dime si me devuelven lo perdido.
Ahora suenan,
vibran como las hojas
que anticipan lo nuevo.
Repiten en el aire
su mejor plenilunio.
Y dejan en los dedos
un reflejo distinto
al que acudir por siempre.
Las palabras no dichas
ni poseen el silencio,
ni el tiempo que declina
las conoce.
Lejos de lo inmanente,
oscurecen los límites,
sobrecogen los gestos
cuando cruzan la tarde.






Junto al agua


Las señales sagradas de cada día,
por ejemplo, unas piedras rodadas bajo el agua,
la luz que en apariencia no declina,
el tiempo vuelto aroma de las rosas,
lugares que se abren
y figuras.
Falta sólo la voz que si la dibujara
me daría por siempre
la belleza y sus formas.








  Alacena 

Nos aferramos a sensaciones básicas:
así ahora,
una naranja dulce
mordida al mediodía.
Intensa miniatura
donde ofrece la vida
esta paciente pulpa.
La intemperie no impedirá otras calmas:
en las cálidas formas
posibles, pasajeras,
asomadas al tiempo
del sabor de las horas protegidas.




    ¶


carlos medrano (Salamanca, 1961). Mi vida ha transcurrido entre Extremadura, Valladolid y Mallorca donde hace ya largos años resido. Si el papel impreso o las ediciones en libro dan carta de existencia a un escritor, títulos como Corro (Badajoz, 1987), Las horas próximas (Badajoz, 1989), A lo breve (Mérida, 1990), Imágenes, encuentros (Valladolid, 1996), o Poemas -una selección para un aula literaria- (Navalvillar de Pela, 1996) recogen, con más o menor fortuna, esa parte emergida de mi obra, si admitimos el espejismo. Recientemente, en 2013 fui incluido en una antología de autores vallisoletanos, Sentados o de pie, 9 poetas en su sitio, publicada por la Fundación Jorge Guillén, cuya soterrada existencia me confirma de nuevo mi extraña sensación sobre la normalidad literaria. 
   Tras unos años de silencio, en septiembre de 2010 abrí un blog, isla de lápices, que ha ido recogiendo con cercanía a su momento de escritura los nuevos poemas (a la vez que rescataba algunos anteriores) y así, por encima del largo sueño de los cuadernos en casa, lo escrito podía llegar a través de este soporte en la red a un más abierto campo de lectores. Con algunas ventajas, como que el blog otorga al autor ser el editor de sus textos y así sólo depende de él su cuidado, permite el proceso vivo de incorporar cualquier cambio, y el placer añadido del diálogo creativo con algunos lectores, más inmediato y directo por la naturaleza de este medio. La literatura también es amistad y, a veces, afortunado diálogo.